Tras el largo periodo pasado combatiendo a los malvados piratas del Cabo de Buena Esperanza, quiso el destino que me sonriera la Diosa Fortuna y obtuviera unas rentas extraordinarias a causa de una imprevista donación, procedente de la mención honorifica obtenida por esta misma bitácora en el concurso convocado hace ya algún tiempo en la página oficial del Voyage Century Online. En este, aunque no obtuve voto alguno - quiero pensar que por la dificultad para los posibles votantes de haber escrito en castellano, y no en la lengua de la pérfida Albion, predominante en estas aguas... - fuí premiado por la valentía propia de haber recogido el guante de tamaño desafío, y por haber publicitado con mi modesta contribución a lo largo y ancho de la red de redes el juego que patrocinan.
La obtención de estos ingresos inesperados me impulsó a emprender un viejo proyecto al que mi aventurero espíritu me empujaba desde hace ya algún tiempo: la compra de un buque de guerra, que permitera ampliar el alcance de mis correrías por estos azarosos mares plagados de enemigos.
No detallaré en demasía los percances y tribulaciones sufridos desde la compra de mi nueva embarcación, en Lisboa, hasta su remodelación, por dos veces, en los astilleros de Argel, para convertirlo en la preciosa fragata que surca ahora el mar Mediterraneo. Solo ahora, cuando mis pies se asientan sobre su cubierta, seguros en cada ceñida, y mis oidos se recrean con el silbar del viento entre sus cabos y velas, puedo sentirme satisfecho del esfuerzo realizado y de las semanas que, vacias sus bodegas e inmovilizada su gracil figura en el varadero de Argel, me dediqué afanosamente a la obtención de las maderas y materiales requeridos para su construcción.
Ahora, cuando mis enemigos avistan con temor su silueta en el horizonte, y aprietan sus dientes rechinándolos al escuchar el atronador sonido de sus cañones apuntando a sus navios, me siento orgulloso de cada astilla de madera y esquirla de metal de las que conforman su casco, y mi corazón estalla de gozo en mi pecho cuando les escucho gritar desde sus impías cofas, aterrorizados, su nombre: Belle Marie!
