domingo, 24 de junio de 2007

Belle Marie

Tras el largo periodo pasado combatiendo a los malvados piratas del Cabo de Buena Esperanza, quiso el destino que me sonriera la Diosa Fortuna y obtuviera unas rentas extraordinarias a causa de una imprevista donación, procedente de la mención honorifica obtenida por esta misma bitácora en el concurso convocado hace ya algún tiempo en la página oficial del Voyage Century Online. En este, aunque no obtuve voto alguno - quiero pensar que por la dificultad para los posibles votantes de haber escrito en castellano, y no en la lengua de la pérfida Albion, predominante en estas aguas... - fuí premiado por la valentía propia de haber recogido el guante de tamaño desafío, y por haber publicitado con mi modesta contribución a lo largo y ancho de la red de redes el juego que patrocinan.


La obtención de estos ingresos inesperados me impulsó a emprender un viejo proyecto al que mi aventurero espíritu me empujaba desde hace ya algún tiempo: la compra de un buque de guerra, que permitera ampliar el alcance de mis correrías por estos azarosos mares plagados de enemigos.


No detallaré en demasía los percances y tribulaciones sufridos desde la compra de mi nueva embarcación, en Lisboa, hasta su remodelación, por dos veces, en los astilleros de Argel, para convertirlo en la preciosa fragata que surca ahora el mar Mediterraneo. Solo ahora, cuando mis pies se asientan sobre su cubierta, seguros en cada ceñida, y mis oidos se recrean con el silbar del viento entre sus cabos y velas, puedo sentirme satisfecho del esfuerzo realizado y de las semanas que, vacias sus bodegas e inmovilizada su gracil figura en el varadero de Argel, me dediqué afanosamente a la obtención de las maderas y materiales requeridos para su construcción.


Ahora, cuando mis enemigos avistan con temor su silueta en el horizonte, y aprietan sus dientes rechinándolos al escuchar el atronador sonido de sus cañones apuntando a sus navios, me siento orgulloso de cada astilla de madera y esquirla de metal de las que conforman su casco, y mi corazón estalla de gozo en mi pecho cuando les escucho gritar desde sus impías cofas, aterrorizados, su nombre: Belle Marie!



sábado, 9 de junio de 2007

La vuelta a casa.

Y por fin, la linea del horizonte se transformó ante nosotros hasta dibujarse nitidamente la añorada silueta de la costa española.

El regreso a la patria fue del todo triunfal. El viaje a las Indias me consagró oficialmente como descubridor, y la experiencia lograda me permitió adquirir el noble rango de Caballero del Reino de España. Y digo bien adquirir, ya que a cambio de lograr los susodichos honores hube de abonar una considerable cantidad de piezas de plata para mayor gloria de Nuestro Soberano, y en mayor detrimento y merma de mis ya escasas rentas, con lo que pasé a engrosar las filas de esa hidalguía nacional, cuyo genio y figura es inversamente proporcional al contenido de sus vacías arcas. (¡¡¡hasta tal punto es real este juego, voto a brios!!!)


Y como la necesidad agudiza el ingenio, esta nueva situación me hizo recordar el rico comercio que proveniente del Cabo de Buena Esperanza cruza por la cercana costa africana. Y la tan grande necesidad que tienen en estas costas de ser protegidos de los piratas que con esa misma procedencia asolan sus pueblos y ciudades. Y que algún alma entregada a las justas causas tendrá que decomisar las mercancías que esos perros del mar llevan en sus sucios barcos... para que no se aprovechen de las ganacias que obtendrían con su comercio, claro está.

Y todo eso, sin tener en cuenta el excelente precio que alcanzan el cafe, las especias, y la cerveza del Cabo de Buena Esperanza en la cercana ciudad de Dakar. Que casualmente esta justo en el centro de la cercana costa africana...

domingo, 3 de junio de 2007

Expedición a las Indias 4: Bombay.

La última etapa de este asombroso viaje, que desde hace unas semanas me afano en relatar a tan escogidos lectores, nos llevó por fin a tocar tierra en uno de los principales puertos de la lejana India, en la ciudad de Bombay. Tambien conocida como Mumbay, su nombre deriva de la poderosa Diosa local Mumba Devi, en cuyo honor se yergue un templo de indescriptible belleza en pleno centro de la urbe, cuya visión sorprende y maravilla por igual a aquellos ojos occidentales que alcanzan la dicha de su contemplación.

Pero lo más extraordinario de mi estancia en Bombay no me ocurrió entre sus propios muros, sino que tuvo lugar en mis exploraciones de sus alrededores. Tras seguir unos misteriosos senderos, alcancé unas escalinatas tras las que se levanta sin duda una de las maravillas del mundo conocido: el Taj Mahal. (El misterio de estos senderos radica en que su trazado debe formar algún tipo de bucle espacio-tiempo, teniendo en cuenta que Bombay está a una distancia de Agra, donde se levanta este prodigio, de 1.204 Km, y mi paseo duró tan solo unos minutos!!!)

Cuando, con paso trémulo comencé a subir las escaleras absorto en la contemplación de tales maravillas, fuí atacado por unos viejos conocidos. Como en casi todos los lugares de interés arqueológico de este planeta, los secuaces de la maldita hermandad de los saqueadores de tumbas acechan para asegurarse el ser los únicos que accedan a los tesoros que en ellos se ocultan. Afortunadamente, tuve el placer de conocer a un subdito Noruego, R. Christensen, que, hallándose en mis mismas circunstancias, me brindó su ayuda para batirnos, hombro con hombro contra aquellas alimañas carroñeras.

El combate, sin cuartel, fué extenuante para ambos. Pero la fortuna sonrie a los que perseveran, y uno a uno, todos los atacantes fueron cayendo bajo el mortífero filo de nuestros sables. Entonces, libres ya del acoso de aquellos salteadores, ascendimos por fin hasta el mausoleo y contemplamos frente a frente su grandeza.

R. Christensen, osado donde los haya, decidió adentrarse en su interior haciendo caso omiso de mis advertencias, arrastrado a aquellos peligros por la curiosidad que le devoraba implacable. Fué la última vez que nos vimos. Aún le recuerdo, sonriente, adentrándose en el interior de aquel bello edificio, corriendo a toda velocidad para evitar el ataque de aquello que le pudiera acechar en sus entrañas.

En cuanto a mi, os puedo jurar que no conseguí seguirle. Nada más perderlo de vista, de entre los jardines que nos rodeaban, surgió un espectro de sanguinario aspecto que me persiguió implacable obligandome a abandonar aquellos parajes, y a mi recien conocido compañero. Aún me tiemblan las piernas cuando recuerdo aquellos ojos rojos, los harapos que envolvían cual sudario sus inexistentes miembros, y el odio que le parecía impulsar inexorablemente hacia mi persona...

(Esta fué la última etapa de mi viaje a las Indias. Tras esta aventura, tanto mis hombres como yo decidimos que era hora de retornar a nuestro hogar y disfrutar de un merecido descanso, con la única excepción de mi contramaestre, que eligió quedarse en Bombay hechizado por los negros y exóticos ojos de una joven hindú. Por lo que, tras aprovisionarnos convenientemente, ordene fijar el rumbo al oeste, de vuelta a nuestra lejana y añorada patria, llevando con nosotros el recuerdo de aquellas maravillas. Y el deseo en nuestros corazones de volver algún día a surcar aquellas aguas, e incluso más allá...)